miércoles, julio 21, 2010

Entrevista a David Le Breton (Diario La Nación)

David Le Breton: "Internet es el universo de la máscara"

Nos sentamos frente a la PC para interactuar en un mundo virtual en el que el cuerpo parece ser visto como un accesorio prescindible. Pero sin cuerpo perderíamos la sensorialidad del mundo, su sabor, reflexiona el sociólogo y antropólogo francés.

lunes, junio 01, 2009

David Le Breton y La Fábrica del Cuerpo

Por Carlos Trosman, Psicólogo Social; Corporalista
Publicado en “Kiné, la revista de lo corporal” en diciembre de 2008.

David LE BRETON es profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencias Humanas Marc Bloch de Estrasburgo, Francia, Doctor en Sociología de la Universidad de Tours (1982), y de la Universidad Paris 7-Jussieu (1988). Desde 2006 es miembro del Instituto Universitario de Francia.
Este investigador francés de 55 años ha escrito 21 libros, muchos de ellos traducidos a los más diversos idiomas: español, portugués, rumano, árabe, italiano, coreano, alemán y turco. De sus obras, los títulos más conocidos en Argentina son Antropología del Cuerpo y Modernidad, La Sociología del Cuerpo, Antropología del Dolor, Las Pasiones Ordinarias. Antropología de las Emociones, El Sabor del Mundo. Una Antropología de los Sentidos, Adiós al Cuerpo y El Silencio.
Conocí a Le Breton en octubre de 2005, en el II Congreso Internacional “El Cuerpo Descifrado”, en México DF, donde asistí en representación de “Kiné, la revista de lo corporal” de Argentina. Le Breton dictó su Conferencia Magistral “Adiós al Cuerpo”, que desató polémicas ya que muchos asistentes pensaban que en su teoría respecto de un cuerpo virtual, el tercer mundo estaba excluido y, según esta opinión, esto no se verificaría en Latinoamérica donde las computadoras todavía pueden considerarse como un artículo suntuario, debido a que muchas necesidades básicas están insatisfechas en la población y el hambre denuncia con rigor la existencia del cuerpo “real”. Le Breton aclaró que su intento era hacer una antropología descriptiva y que asistimos a un borramiento del cuerpo.
Este camino de ruptura del hombre con su cuerpo comenzó, según dice en su libro Antropología del cuerpo y modernidad, en 1543 con la aparición de “La Fábrica del Cuerpo Humano”, donde el anatomista Andreas Vesalio muestra a través de minuciosas descripciones y grabados los huesos, músculos y órganos del cuerpo humano, fundando la concepción moderna del cuerpo. En la antigüedad y en las culturas “primitivas” o aborígenes, el cuerpo era parte del cosmos. No pertenecía en forma exclusiva a la persona sino que “era” la persona. El cuerpo estaba construido con los elementos de la naturaleza y por eso participaba del entorno como un elemento más. A partir de Vesalio, el cuerpo dejó de ser la persona para convertirse progresivamente en un objeto deshumanizado, como una máquina. Esto se manifiesta en la actualidad con la hiper especialización de la medicina, donde hay especialistas en partes cada vez más pequeñas y se pierde la visión de conjunto del cuerpo de la persona. Esta idea de máquina “mejorable” es el sostén ideológico de las cirugías estéticas, de la industria farmacéutica orientada al “bienestar”, de las fantasías de “juventud eterna” y de los transplantes de órganos. El paso siguiente ha sido pensar que se puede prescindir de este cuerpo tan imperfecto que nos ata al dolor, al envejecimiento y a la muerte, y pasar a algún tipo de “ciberexistencia” borrando definitivamente al cuerpo, a la carne del cuerpo, para poseer un cuerpo virtual que cada uno elija como le venga en gana, escapando a las limitaciones de la condición humana.
Dos años más tarde David Le Breton presentaba la edición mexicana de su libro Adiós al Cuerpo en el III Congreso Internacional “El Cuerpo Descifrado”. Como colaborador de la organización, fui a buscarlo al aeropuerto el día de su llegada. Cuando lo ví salir de Migraciones, flaco, alto, desgarbado y sonriente, sólo traía una pequeña mochila. Después supe que ese era todo su equipaje… siempre. Caminamos hasta el subte, ya que prefería viajar en “lo popular”, mientras charlábamos animadamente. Le comenté que ni siquiera sé manejar y que siempre prefiero tomar el subte y caminar. Esto lo entusiasmó y me contó de su libro El Elogio de la Caminata, explicándome que su práctica habitual, en cualquier país del mundo, es viajar en subte y caminar. Le pregunté cómo había comenzado su interés por la investigación del cuerpo. Me sorprendió su respuesta: de muy joven, tuvo una experiencia de mochilero transhumante que lo llevó un tiempo a Brasil, donde terminó viviendo en las calles y “maltratando su cuerpo”. Esta etapa de su vida le despertó curiosidad, y, buscando respuestas comenzó su investigación cuyo primer trabajo fue su tesis de doctorado, que resultó ser la base de su primer libro Antropología del Cuerpo y Modernidad.
De apariencia casi zen, vestido con ropas simples y siempre con su pequeña mochila, a Le Breton le encantaba perderse caminando entre la multitud… solo. Otro dato importante es que no usa teléfono celular. Creo que esta forma de vivir de Le Breton, esta práctica cotidiana, muestra su posición política, su propia concepción del cuerpo desde donde realiza su investigación de “antropología descriptiva” del tema de su investigación: el cuerpo en el mundo y, en su forma de describir, da su opinión.

DAVID LE BRETON: UN ARGONAUTA DEL CUERPO

por Carlos Trosman
Psicólogo Social. Corporalista
carlostrosman@gmail.com
Para la revista Campo Grupal de diciembre de 2008.


“El cuerpo es una realidad cambiable de una sociedad a otra: las imágenes que lo definen y que le dan sentido a su espesor invisible, los sistemas de conocimiento que intentan dilucidar su naturaleza, los ritos y los signos que lo ponen en escena socialmente, lo que puede llegar a hacer, las resistencias que le ofrece al mundo, son asombrosamente variados, incluso contradictorios para nuestra lógica aristotélica del tercero excluido, por la cual si algo se verifica, su contrario es imposible.” (D. Le Breton, “La Sociología del Cuerpo”).

En su búsqueda por comprender, clasificar y opinar acerca de la complejidad que llamamos cuerpo, la curiosidad antropológica de David Le Breton lo impulsa a escribir un libro tras otro (lleva escritos 21 y tiene 55 años) y a viajar permanentemente por el mundo dictando conferencias y seminarios, cual un moderno Ulises en busca de Ítaca, recorriendo lugares y culturas que abonen su investigación, sabiendo que jamás llegará a una definición unívoca del cuerpo, que cada puerto abrirá nuevos sentidos y que lo importante es el recorrido, la búsqueda que produce encuentros, y difundir su trabajo de indagación acerca de los múltiples sentidos del cuerpo y deconstrucción respecto de la concepción hegemónica que pretende ser universal y natural y reduce al cuerpo a una máquina biológica que poseemos y podemos mejorar. Oponiéndose a esto: “Por suerte estamos hechos de carne”, dice Le Breton.


“Porque tenemos la suerte de ser de carne”, me escribió en la dedicatoria de la edición mexicana de su libro “Adiós al Cuerpo”. Esa frase pinta su punto de vista en torno a la complejidad del objeto de su investigación, el cuerpo, y enuncia su ideología.
Conocí la obra de Le Breton leyendo la edición argentina de su libro “Antropología del Cuerpo y Modernidad”. Encontré gran cantidad de coincidencias en la orientación de su investigación con la que veníamos llevando a cabo un grupo de profesionales de lo corporal desde la revista “Kiné”. Allí escribimos junto a la Psicóloga Social Gabriela Marquis el artículo: “Cuerpo, nada de lo humano le es ajeno”, donde planteamos que el cuerpo es una construcción cultural y representa un límite o borde permeable entre el mundo interno y el mundo externo, además de un límite vital ante el envejecimiento y la muerte. Luego, en las Primeras Jornadas Latinoamericanas de Psicología Social en 1996, presentamos el Taller “La construcción cultural del cuerpo”, basado en esa publicación.
Desde los años 80, en la Escuela de Psicología Social intentábamos definir al sujeto como “bio-psico-social”, incluyendo de este modo la dimensión del cuerpo, y en otros ámbitos surgieron otras interpretaciones que lo definían como “bio-psico-social-espiritual”, agregando más elementos de discusión a la cuestión.
En el MoTrICS (Movimiento de Trabajadores Corporales para la Salud), agrupación que integré participando de las Comisiones Organizadoras desde 1994 a 2002, trabajamos en la investigación del cuerpo como un nuevo campo epistemológico sostenido por técnicas y prácticas que intentábamos que se mostraran y dialogaran para encontrar definiciones, coincidencias y diferencias.
Hacíamos permanente la invitación a otras ciencias y disciplinas, tejiendo una trama interdisciplinaria y transdisciplinaria para intentar abordajes múltiples que ayudaran a pensar y a jerarquizar nuestras prácticas corporales.
Ese trabajo arduo y extenso, con momentos de mucha gratificación y momentos de agotamiento (sostuvimos un Encuentro Anual desde 1993 a 2002, incluyendo un Primer Encuentro Latinoamericano en 2000), comenzó unos 10 años antes (en 1983) y continúa aún luego de la disolución de dicha Asociación.
La producción del MoTrICS incluía no solamente a los Encuentros Anuales, (donde coexistían Mesas Redondas, Talleres Vivenciales, Ponencias Reflexivas y números artísticos), sino también Grupos de Investigación, Talleres Mensuales (donde confluían 2 o 3 técnicas trabajando sobre un mismo tema), Ateneos Clínicos (se discutían casos de la clínica corporal desde un panel conformado por distintas disciplinas), trabajo en hospitales públicos desde el Área de Comunidad, y un Área de Publicaciones que editaba una revista para cada Encuentro y materiales de los Ateneos Clínicos y de los Grupos de Investigación. Aún no existía el IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte) y recién comenzaban a oficializarse las primeras carreras terciarias de técnicas corporales (aunque ya la Expresión Corporal había adquirido ese status). Tal trabajo continúa de múltiples modos, incluyendo al grupo “Movida”, heredero del Área de Comunidad que prosigue en Hospitales Públicos, y al “Diálogo entre Clínicas”, que llevan adelante Mónica Groisman y Liliana Singerman, inspirado en los Ateneos Clínicos del MoTrICS. “Kiné, la revista de lo corporal”, se ha instalado como el espacio de encuentro y reflexión específico de este campo, lo que ayuda a sostener una identidad, y se han ido multiplicando las obras de autores nacionales e internacionales sobre el tema “cuerpo”, tema que va ganando cada vez más espacio en los medios.
Desde esta perspectiva histórica, me encontré con la obra de Le Breton. En su libro “Antropología del cuerpo y modernidad” Le Breton plantea una contradicción básica entre las concepciones del cuerpo en la antigüedad y en la modernidad. Explica cómo las culturas antiguas, primitivas, aborígenes, tradicionales, precapitalistas, conciben al cuerpo como una expresión indisoluble del cosmos, (un universo de energía sumergido en un universo de energía postulan los chinos). El cuerpo como algo que uno es y al que le presta un rostro para diferenciarse de los demás, pero que incuestionablemente pertenece a la comunidad y al cosmos. Un cuerpo que no es un borde, sino una unión con el resto de la creación. En la modernidad “El cuerpo deja de hablar por el hombre cuyo rostro lleva: se establece la diferencia entre uno y otro.” (D. Le Breton, “Antropología del Cuerpo y Modernidad”). El cuerpo es separado del sujeto, de la vida. Se vuelve un objeto que se puede estudiar, diseccionar, y, con el tiempo, corregir y mejorar, como sugieren los sistemas de medicina modernos y el auge de las cirugías estéticas. En este libro plantea como un hito de esta concepción moderna del cuerpo al tratado “De Humani Corporis Fabrica” (La Fábrica del Cuerpo Humano) de Andreas Vesalio, aparecido en 1543. Tenía 700 páginas con 300 grabados de anatomía para los cuales contó, sin ninguna duda, con modelos… muertos. O sea cadáveres, seguramente de condenados a muerte. Sin embargo, Vesalio (o el artista que realizó los grabados, aparentemente un alumno de Tiziano) no pudo abstraerse completamente a la humanidad que supone un cuerpo, aunque esté diseccionado y muestre sus huesos: “los desollados de Vesalio toman las poses de los actores convencionales de la Commedia dell’arte.” (D. Le Breton, idem). Esta coexistencia de concepciones del cuerpo, la antigua donde el cuerpo está indisolublemente ligado a lo que somos (y siempre sugiere la presencia de una persona), y la moderna, donde ya el cuerpo no es parte de la naturaleza y de la comunidad, (sino que se transforma en un bien que poseemos, en una máquina que se puede escudriñar, reparar y mejorar y a pesar de cuyas imperfecciones existimos), también puede apreciarse en otros anatomistas como Albinus, quien trabajó durante 20 años, la mitad de ellos con la ayuda del artista Jan Wandelaar, para publicar sus dos obras “Tabulae Sceleti et Musculorum Corporis Humani” (Mapa del esqueleto y los músculos del cuerpo humano), publicada en 1747 y “Tabulae Ossium Humanorum” (Mapa de los huesos de los humanos), publicada en 1753 . Estas obras cuentan con finos grabados, que cuando retratan el esqueleto o el cuerpo completo, o una parte “importante” como el tórax, aparecen humanizados por paisajes de fondo o animales que se ven en segundo plano, y resaltan la actitud vital del esqueleto que aparece casi en movimiento, vivo.
“La medicina moderna nace de esta fractura ontológica y la imagen que se hace del cuerpo humano tiene su fuente en las representaciones anatómicas de estos cuerpos sin vida en los que el hombre no existe más.” (D. Le Breton, idem).
Es en esta fractura que se asienta el concepto capitalista de posesión, de patrimonio: “tenemos” un cuerpo que entonces es un bien de consumo, que puede permanecer “sano” (como un ideal inexistente e inalcanzable) y eterna y permanentemente joven y potente. Invertimos entonces tiempo y dinero en el Banco del Cuerpo Perfecto consumiendo medicinas prepagas, gimnasias de última generación, cosméticos “científicamente comprobados” para combatir las arrugas, comidas bajas calorías, cirugías estéticas y “cosméticas”, e inclusive transplantes de órganos. El cuerpo entonces es algo que depende del dinero: pagando puedes esculpir tu cara con los rasgos de los actores o actrices famosos, cambiarte la sangre una vez por año como se murmuraba de Mick Jagger entre los drogadictos del barrio, o fabricarte un clon (esto último es ilegal, les advierto) para ir transplantándote sus órganos a medida que envejezcas, sin tener problemas de compatibilidad. Es la cultura de la imagen. Ya no es importante ser fuerte para realizar un determinado trabajo y ser respetado en la comunidad, sino que ahora “haber recibido la gracia de los dioses” significa tener una imagen agradable acorde con los paradigmas del lugar y de la época, que pretenden ser universales, y que nos garantice el éxito social y económico. Y si no has recibido esa gracia, pues te la fabricas, como sugiere el “body building”, (construcción o edificación del cuerpo) que es como llaman los norteamericanos al físico culturismo.

En otro de sus libros: “La Sociología del Cuerpo”, Le Breton plantea fuertemente que el cuerpo es una construcción simbólica de ningún modo unívoca y advierte del peligro de la sociobiología que intenta explicar las conductas sociales a partir del cuerpo, siempre buscando los genes de la inferioridad social o de la delincuencia o de la drogadicción, intentando presentar el orden social como una consecuencia natural determinada por cuestiones orgánicas y genéticas. Argumento que Adolf Hitler utilizó con ganas para demostrar que pertenecían, él y sus secuaces, a una raza superior, y que “los inferiores” por ellos designados, podían ser exterminados sin remordimientos ya que no alcanzaban el status de humanos. “La anatomía es su destino. El cuerpo deja de estar moldeado por la historia personal del actor en una determinada sociedad: por el contrario, para el racista, las condiciones de existencia del hombre son los productos inalterables de su cuerpo.” (D. Le Breton, “La Sociología del Cuerpo”).
Esta concepción xenófoba del cuerpo, que pretende justificar las diferencias sociales desde determinaciones orgánicas, se manifiesta también en relación a los “discapacitados”: “…se habla de ‘discapacitado’, como si en su esencia de hombre estuviera el ser un ‘discapacitado’ más que el ‘tener’ una discapacidad.” (D. Le Breton, idem). Es así que en los diarios vemos noticias como: “un sordo salvó a un niño de ser arrollado”, o “un ciego devolvió una billetera repleta de dinero”. Su condición humana se ve subsumida a su discapacidad. “La alteración se transforma socialmente en estigma, la diferencia engendra el diferendo. El espejo del otro ya no sirve para iluminar el propio. A la inversa, su apariencia intolerable cuestiona por un momento la identidad propia al recordar la fragilidad de la condición humana, la precariedad inherente a toda vida.” (D. Le Breton, idem).
Los malabarismos del lenguaje para nombrar la condición de discapacidad y a los sujetos que la poseen, ya son un indicador de lo difícil de abordar que es esta diferencia. En los grupos de amigos, especialmente los que inician a partir de la adolescencia, quien usa muletas es “el Rengo”, quien tiene dificultades auditivas es “el Sordo”, está “el Mudo” y “el Tarta” (el tartamudo) y el que no ve es “el Ciego”, así, sin eufemismos. Del mismo modo que el pelirrojo es “el Colorado”, el flaco es “el Flaco”, el gordo es “el Gordo” y el de poca estatura “el Petiso” y así sucesivamente. Los rasgos particulares de su esquema corporal son parte de su identidad y de su inclusión en el grupo. No se los trata como “personas con capacidades especiales”, con las que uno debe esforzarse para incluirlos en el grupo, sino como a semejantes con características particulares, cosa que en mayor o menor medida nos pasa a todos, sin por eso pretender borrar las diferencias.
Es importante educar en estas diversidades del cuerpo, y en las diversidades de sentido que el cuerpo plantea. El cuerpo es una construcción simbólica y sus significados varían con cada individuo. “El cuerpo no existe en el estado natural, siempre está inserto en la trama del sentido,…” “…Por otra parte, el hecho de que el cuerpo sea una construcción simbólica aclara los mecanismos de eficacia simbólica sin tener que recurrir obligatoriamente al dualismo psyché-soma, como hace Claude Lévi-Strauss en un clásico artículo sobre el tema.” Se refiere al capítulo X, “La Eficacia Simbólica” del libro “Antropología Estructural” publicado en 1958. En este capítulo, Lévi-Strauss cuenta la experiencia de un chamán auxiliando a una parturienta de la etnia Cuna de Ecuador, a quien guía a través de un mito compartido por la comunidad, otorgándole sentido a los dolores de la mujer y llevando el parto a buen puerto.
Por eso, ante esa multiplicidad de sentidos, Le Breton expresa: “El cuerpo es una dirección en la investigación, no una realidad en sí.” (D. Le Breton, idem). El planteo sociológico de Le Breton apunta a que la realidad concreta del cuerpo no puede ser tomada como universal en cuanto a sus sentidos y significaciones, ya que ese intento de universalidad, propio de la modernidad, es el que sostiene en definitiva el discurso médico, donde el cuerpo es solamente algo biológico, como una máquina que debe ser mantenida, y, en lo posible mejorada, con medicamentos: pastillas para dormir, pastillas para estar despiertos, pastillas para el dolor, pastillas para la ansiedad, pastillas para la depresión, pastillas para sentirse bien, pastillas para ser feliz, pastillas para gozar sexualmente, pastillas para todo lo que este cuerpo así postulado me demande, bombardeándome con sus necesidades y distrayéndome de mi ocupación que es…bueno, vaya uno a saber qué es de lo que cada uno cree que se ocupa.

La pregunta por el cuerpo hoy, nos lleva a pensar en la coexistencia de diferentes concepciones del cuerpo, aún en un mismo individuo y en momentos sucesivos y aún simultáneos. “…el cuerpo es el lugar y el tiempo en el que el mundo se hace hombre inmerso en la singularidad de su historia personal, en un terreno social y cultural en el que abreva la simbólica de su relación con los demás y con el mundo”. (D. Le Breton, idem). Aparece lo singular como expresión de lo cultural, de lo colectivo, de lo social. Personas que confían en su traumatólogo hacen también consultas astrológicas y ante la inminencia de una cirugía muchos recurren a la acupuntura o combinan prácticas tan dispares como tomar pastillas diversas “por indicación médica” con terapias de cristales o piedras, y simultáneamente concurren a consultas psicológicas mientras toman Flores de Bach. Todo esto sin que las contradicciones implícitas entre estas prácticas le produzcan un conflicto de sentidos. Distintas concepciones del cuerpo coexisten y se yuxtaponen, cambian día a día formando una red intrincada de significados no siempre perennes, que se verán sujetos a redefinición de acuerdo a la eficacia que le otorguemos a las técnicas probadas como platillos en un restaurant. De algún modo, seguimos consumiendo “cuerpo” sin reflexionar en ello, y esa actitud nos consume.
Indagar e investigar sobre las concepciones del cuerpo, es un trabajo de dilucidación ideológica difícil, por estar el cuerpo humano naturalizado y lleno de obviedades aparentes en las que estamos inmersos. La obra del Dr. David Le Breton plantea “una dirección en la investigación” que permite otras miradas y una apropiación de nuestra existencia corporal que, en definitiva, sostiene nuestra condición humana.

TRAYECTORIA
David LE BRETON es profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencias Humanas Marc Bloch de Estrasburgo, Francia. Nacido en el país galo en 1953, es Doctor en 3º ciclo de Sociología (Dir. Jean Duvignaud), Universidad de Tours (1982), y Doctor de Estado en Sociología (Dir. Pierre Ansart), Universidad Paris 7-Jussieu (1988). Miembro del Instituto Universitario de Francia desde 2006.
Además de tesis, investigaciones y colaboraciones, ha escrito una importante cantidad de obras referidas a la sociología y la antropología del cuerpo humano.
En el CV que ha enviado figuran 21 libros, de los cuales enumeraremos sólo algunos:
- “Cuerpo y Sociedad. Ensayo de Sociología y de Antropología del Cuerpo”, Paris, Méridiens-Klincksieck, 1985 (agotado).
- Antropología del Cuerpo y Modernidad, Paris, PUF, Colección "Sociología de Hoy", 1990; (6º edición actualizada: 2003, colección Quadrige) (Traducción árabe, Beirut, 1993; traducción argentina, Buenos-Aires, 1995 ; traducción coreana en 2003 ; traducción rumana, 2003 ; traducción italiana, Milán, 2007)
- La Sociología del Cuerpo, Paris, colección "Que-sais-Je ?", PUF, 1992 (5º edición 2002) (traducción coreana, 1999 ; traducción española, Buenos-Aires, 2002 ; traducción brasileña, 2006 ; traducción italiana en proceso).
- Antropología del Dolor, Paris, Métailié, Colección: "Traversées", 1995 (3º edición 1999) (traducción española, Madrid, 1999 ; traducción en Alemania, 2003 ; traducción en proceso en Italia).
- El Silencio, Paris, Métailié, Colección « Traversées », 1997 (traducciones portuguesa, 1999; rumana, 2000; española, 2001).
- Las Pasiones Ordinarias. Antropología de las Emociones, Paris, Armand Colin, Colecctión « Chemins de traverse », 1998 (reedición en la Petite Bibliothèque Payot en 2004). (Traducción española, Buenos Aires, 1999 ; traducción en proceso en Brasil).
- Adiós al Cuerpo, Paris, Métailié, colección « Traversées », 1999 (traducción brasileña, 2003 ; traducción mexicana, 2007).
- Elogio de la Caminata, Paris, Métailié, 2000 (traducciones coreana, 2001 ; italiana, 2001 ; turca en 2004)
- Conductas de Riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de la vida, Paris, PUF, « Quadrige », 2002 (traducción en curso en Italia y en Brasil).
- La piel y la Marca. Sobre las heridas de la identidad, Paris, Métailié, 2003 (traducción italiana, 2004).
– El Sabor del Mundo. Una Antropología de los Sentidos, Paris, Métailié, 2006 (traducción italiana, Milan, 2007 ; traducción española, Buenos Aires, 2007).
– En sufrimiento. Adolescencia e ingreso en la vida, Paris, Métailié, 2007.

DAVID LE BRETON:«Siento, luego existo»

Por Carlos Trosman
Psicólogo Social, Diplomado en Corporeidad.
Publicado en Kiné, la revista de lo Corporal, Nº 86 de abril de 2009.

Publicamos a continuación fragmentos de la Clase Magistral dictada por el profesor David Le Breton en el IIIº Congreso « El Cuerpo Descifrado » en México DF en octubre de 2007 : « Ensayo para una Antropología de los Sentidos ».

Las percepciones sensoriales como simbolización del mundo
« El mundo es la emanación de un cuerpo que lo penetra. »
« La antropología de los sentidos se apoya en la idea de que las percepciones sensoriales no surgen sólo de una fisiología, sino ante todo de una orientación cultural que deja un margen a la sensibilidad individual. »
No hay un mundo que pudiéramos percibir tomando distancia sin estar impregnados de sus emanaciones y que un observador indiferente podría describir con total objetividad. No hay otro mundo que el de la carne. El cuerpo es un filtro semántico. Nuestras percepciones sensoriales, enredadas con las significaciones, marcan los límites fluctuantes del entorno donde vivimos. La carne siempre es impactada por una forma de pensar el mundo, una manera del sujeto para situarse y actuar dentro del entorno, que es interior y exterior a la vez. El relevamiento del mundo no es solamente una cuestión del pensamiento, sino también de los sentidos. Antes del pensamiento, y por lo tanto mezclados con él, están los sentidos. No podemos afirmar con Descartes « pienso, luego existo », y denigrar los sentidos como inagotables fuentes de error o como escorias que sólo tienen un status menor en la relación con el mundo. « Siento, luego existo » es otra manera de instalar que la condición humana no es totalmente espiritual, sino, y en primer lugar, corporal. Entre la carne del hombre y la carne del mundo no hay ruptura, sino una continuidad sensorial siempre presente que responde simultáneamente a una continuidad de significaciones. Las percepciones sensoriales parecen la emanación de la intimidad más secreta del sujeto, pero están social y culturalmente fabricadas. La experiencia sensorial y perceptiva del mundo se instaura en la relación recíproca entre el sujeto y su entorno humano y ecológico. La experiencia de los ciegos de nacimiento, que descubren tardíamente la visión después de una operación de cataratas, es reveladora de los aprendizajes infinitesimales que son necesarios para ver. La aptitud de ver parece fluir con la naturalidad de un manantial para quienes no padecen de ceguera, pero por el contrario, es el resultado de un complejo aprendizaje. Estos hombres o estas mujeres a quienes se les abren los ojos repentinamente sobre el mundo, son incapaces de comprender y de organizar aquello que ven. Las formas, las distancias, la profundidad, las dimensiones, no tienen para ellos ningún sentido. Se estrellan contra un caos que los aterroriza, y que les llevará muchos meses domesticar. Tienen que aprender a ver, y no solamente a abrir los ojos. Ciertos ciegos descriptos por Van Senden (1960) se sienten aliviados de volver a la ceguera para no tener que batallar más contra lo visible. Descubren con espanto la inmensidad del mundo que los envuelve como una insoportable profusión en donde piensan que jamás sabrán desenvolverse. En tanto que no hayan integrado los códigos, los nuevos videntes devienen ciegos a las significaciones de lo visual, porque han recobrado la vista pero no su uso. Algunos asimismo rehúsan abrir los ojos y continúan moviéndose como antes, con la ayuda del tacto, del oído, de sensaciones térmicas, kinestésicas, olfativas.
La experiencia perceptiva de un grupo se modula a través de la sucesión de intercambios con los otros. Las discusiones, los aprendizajes específicos, modifican o afinan las percepciones que nunca están congeladas por la eternidad, sino que permanecen siempre abiertas a la experiencia y ligadas a una relación presente con el mundo. Una modesta experiencia de enología por ejemplo, devela en pocos días una infinidad de matices sensoriales que el individuo no pudo siquiera percibir en su jarra de vino. Antes del pensamiento o de la acción, siempre están los sentidos y el sentido, una manera para el actor de ser atravesado por su entorno de una manera comprensible. Del mismo modo que hay mucho para ver, para escuchar, para degustar, para tocar, o sentir, en una palabra, mucho de todo para comprender, la mayor parte del tiempo la vida transcurre justamente en la indiferencia de aquello que no ha podido ser percibido, a menos que la curiosidad haga que el sujeto preste más atención.
La dimensión de los sentidos evita el caos. Las percepciones son justamente la consecuencia de la selección efectuada sobre el flujo sensorial que baña al hombre. Los sentidos se deslizan sobre las cosas familiares sin prestarles atención en tanto no sea necesario. La categorización es más o menos laxa y no desea producir esfuerzos de comprensión suplementaria.
La abundancia del mundo no es equivalente a la abundancia del lenguaje, siempre las percepciones están en deuda con todo aquello que podríamos percibir. El individuo fracasa en capturar todo, y esa es su posibilidad. Siempre hay más para ver, para escuchar, para sentir, para degustar o para tocar, y aún más, lo real nunca es solamente un teatro de proyecciones de significados que necesitamos percibir, sino también, y en primer lugar, es algo que debemos crear. Esta creación supone un recorte aplicado a escenas visuales, olfativas, gustativas, táctiles, auditivas. La concepción del mundo está sostenida por una cultura, y esparcida en cada uno de sus miembros, y no cesa de marcar una frontera entre lo visible y lo invisible, lo olfativo y lo inodoro, lo gustoso y lo insípido, lo audible y lo inaudible, lo táctil y lo insensible. Los desacuerdos de la percepción son solamente conflictos de interpretación, y traducen los desacuerdos del mundo. Las percepciones sensoriales dibujan un mundo de significaciones y de valores, un mundo de connivencia y de comunicación entre los hombres. El hombre de ningún modo es un ojo, una oreja, una mano, una boca o una nariz, sino más bien una mirada, una escucha, un toque, una probada, una olisqueada, vale decir una actividad. En todo momento instituye el mundo sensorial donde esá inmerso como un mundo de sentidos y de valores. La percepción no es una coincidencia con las cosas, sino una interpretación. No es lo real lo que los hombres perciben sino un mundo de significaciones. Todo hombre camina en un universo sensorial ligado a aquello que su historia personal ha hecho de su educación. Los sentidos no son « ventanas » al mundo, « espejos » dispuestos para reflejar las cosas con total indiferencia respecto de las culturas o de las sensibilidades, son filtros que retienen en su tamiz aquello que el individuo ha aprendido a incorporar o que busca identificar movilizando para ello sus recursos. Las cosas no existen en sí mismas, siempre son investidas de una mirada, de un valor que las vuelve dignas de ser percibidas. La configuración y el límite del despliegue de los sentidos pertenece al trazado de la simbología social. Estamos inmersos en un entorno que no es otra cosa que lo que percibimos. El hombre ve, oye, siente, gusta, toca, prueba la temperatura ambiente, percibe el rumor interior de su cuerpo, y eso hace que el mundo sea una medida de su experiencia, lo vuelve comunicable a los otros inmersos como él en el sentido del mismo sistema de referencias sociales y culturales. La percepción adviene de los sentidos. Las significaciones que se ligan con las percepciones están marcadas de subjetividad : encontrar un café dulce o el agua de mar más bien fría, por ejemplo, suscita a menudo un debate que demuestra que las sensibilidades de unos y de otros no son exactamente homologables, que hay matices aún cuando la cultura sea compartida, pues sentir nunca se da sin que se pongan en juego significados.

DAVID LE BRETON: “PENSAR EL CUERPO ES PENSAR EL MUNDO”. Por Carlos Trosman

carlostrosman@gmail.com

Publicado en la revista TOPIA, Psicoanálisis y Cultura en abril de 2009.


David Le Breton es doctor en Sociología de la Universidad París 7 y miembro del Instituto Universitario de Francia. Profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencias Humanas Marc Bloch de Estrasburgo, ha escrito innumerables artículos y colaboraciones, y más de 20 libros (traducidos a los más diversos idiomas), en relación a la temática del cuerpo humano y su construcción social y cultural. Algunas de sus obras han sido traducidas al español: “Antropología del Cuerpo y Modernidad”; “La Sociología del Cuerpo”; “Antropología del Dolor”; “El Silencio”; “Las Pasiones Ordinarias. Antropología de las Emociones” y “Adiós al Cuerpo”.
En octubre de 2005, durante la realización del II Congreso de Artes, Ciencias y Humanidades “El Cuerpo Descifrado” en México DF, al que concurrí, el Dr. Le Breton dictó una Conferencia Magistral titulada “Adiós al Cuerpo”, basada en su libro homónimo. Los conceptos allí expresados (en los cuales está inspirada esta nota), advierten acerca del avance de una ideología que toma al cuerpo como “un lugar de sospecha” que es necesario rehabilitar. Si bien esta visión del cuerpo asociado al pecado es historia antigua fomentada por varias religiones, ahora el nuevo dios es la tecnología. Y este nuevo dios opone un “cuerpo imperfecto a una tecnología perfecta”, proponiendo un cuerpo que se adapte a las circunstancias, como una materia prima que se modela según las modas. Y como las modas cambian, “el cuerpo no sostiene mi identidad sustancial, sino mi identidad circunstancial”, que por supuesto cambiará. Desde esta visión el cuerpo es algo superfluo, accesorio, y plantea un dualismo laico: el hombre opuesto al cuerpo.
La ideología de los ’60 era cambiar el mundo, mientras que la actual es cambiar mi cuerpo. Hay un exagerado auge de cosméticos y ejercicios para modificar el cuerpo: “al cambiar su cuerpo, el individuo busca cambiar su existencia.” Esta tiranía de la imagen se aplica más a las mujeres, pero todos somos víctimas, ya que “el individuo toma cuerpo en su cultura”. Y la cultura actual propone un cuerpo sometido a diseño, tanto desde aspectos cosmetológicos como tecnológicos, oponiéndose ferozmente a la determinación de la biología. El cuerpo es considerado hoy día como una “prótesis de la identidad”, del que hay que tomar posesión agregándole la marca propia, como los tatuajes, los piercings u otras prácticas que marcan el cuerpo. Éstas pueden interpretarse como una especie de “código de barras” que hacen único al sujeto. -He visto en el cuello de un joven un tatuaje que representaba un código de barras y, al acercarme para observarlo mejor, noté que los números grabados eran su fecha de nacimiento. Me corrió un escalofrío: ¿cuánto tardaría la legislación internacional en volver obligatoria esa práctica en reemplazo de los documentos de identidad?- Las cirugías estéticas nos indican que la anatomía ya no es el destino que planteaba Freud: ahora aparece como un destino revocable, como si existiera la posibilidad de ser otro, de liberarse de lo biológico para darse identidad. Como en el caso del transexual, donde el sexo es tomado como una decisión y no como un destino anatómico.
La Tecnociencia, quizás inspirada en discursos puritanos que desprecian al cuerpo, plantea que el cuerpo es algo imperfecto que es necesario corregir o eliminar. Este discurso, proveniente en especial de los U.S.A., quiere instalar el concepto del cuerpo como algo arcaico, “una reliquia de la humanidad”, al que se le reprocha su vulnerabilidad, porque no es tecnológico. Esta ideología propone la manipulación genética, la gestación sin sexualidad, los niños de probeta y la tecnología por encima de la condición humana, estableciendo exámenes en el nacimiento que funcionan como control de calidad para entrar en la vida con cuerpos perfectos. “Este rechazo del cuerpo es sobre todo rechazo al cuerpo de la mujer, porque la mujer es un cuerpo. La mujer vale lo que vale su cuerpo y el hombre es lo que su cuerpo hace, su obra.”
La “cybercultura” alienta la idea de una “posthumanidad”, propone “deshacerse del cuerpo para llegar a una humanidad gloriosa.” Los “internautas” (quienes navegan por Internet) se sienten encerrados en un cuerpo pesado; la comunicación sin cuerpo a través de las computadoras favorece la multiplicación de identidades. El cuerpo es un dato opcional y ese mundo virtual está abierto a mutantes que inventan su cuerpo. “Es un paraíso sin cuerpos, como todo paraíso. Un Paraíso en la tierra en un mundo sin espesor, sin que la carne lo obstaculice.” El rostro es el lugar de la responsabilidad, y en internet no hay rostros. Esto favorece el lugar de la máscara, de la simulación. “No se aplica el principio de realidad al ciberespacio y todos están dispuestos a creer en la información que se les da. La identidad se disuelve. Es la desaparición del otro, “el texto reemplaza al sexo, la pantalla reemplaza al cuerpo, es como una sexualidad angelical porque no hay contacto físico.” “El cibernauta abandona la prisión del cuerpo para entrar a un mundo de sensaciones digitales.” El cuerpo físico se vuelve sólo una
necesidad antropológica, como la última frontera a abatir para deshacerse de los restos de la naturaleza. Internet es la carne y el sistema nervioso de los que desprecian su cuerpo y el cuerpo está fuera de moda en este universo de tecnologías.
Existe en USA una comunidad internáutica llamada “Extropianos” (en oposición a la entropía). Para conseguir la inmortalidad intentan reconstruir el cerebro en una computadora y dejar de lado el cuerpo. Proponen “guardarse en un diskette y pasarse a una máquina”, reemplazando al cuerpo por una computadora. El lema de esta comunidad es “Somos la última generación que va a morirse.”
Timothy Leary declaró que “Internet libera al hombre de la esclavitud del cuerpo. Los encuentros físicos se reservarán para las grandes ocasiones, casi sagradas.” Y propone viajar por el mundo sin salir físicamente de la habitación.
Es el advenimiento de una era post-biológica, atisbada por Blas Pascal en el siglo XVIII cuando escribió: “Morir después de haber acumulado lo suficiente para resolver un problema es deprimente.” “Todo lo que podríamos hacer si no tuviéramos cuerpo.”
Proponen un universo post-biológico, post-humano y post-evolucionista, donde el cuerpo sea un cuerpo biónico adaptado a los desafíos contemporáneos, porque “la carne superflua limita el actual desarrollo tecnológico de la humanidad.”
Phillip K. Dick, el escritor de ¿ciencia ficción? que publicó el cuento “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, en el que se inspiró Ridley Scott para realizar su film “Blade Runner”, escribió: “Algún día, un humano le disparará a un robot que perderá sangre y lágrimas y que le disparará al hombre, del que saldrá humo.”

Esta tecnociencia piensa al cuerpo y al mundo desde un discurso que desprecia la condición humana, obsoleta y descartable para esos valores, con lo cual aumenta las diferencias y la exclusión. Es un discurso en el fondo religioso, ya que anuncia el advenimiento del Reino Tecnológico y anula al cuerpo a favor del espíritu (o cyber-espíritu). Considera a la humanidad inferior por no ser cyborg, y plantea que el progreso tecnológico va junto con el progreso moral. Empero, ocurre exactamente al revés, ya que con frecuencia el empleo de la tecnología es inmoral. Sobran ejemplos: el control forzado o encubierto de la natalidad en los países del Tercer Mundo, la experimentación con vacunas y tecnología médica en pueblos carenciados, la bomba atómica, las armas químicas y la sociobiología que pretende justificar las diferencias sociales y otras cuestiones del comportamiento humano invocando causas químicas o genéticas.
Olvida la ambivalencia de la condición humana y la compatibilidad del deseo con el deseo de los otros. Propone una humanidad sin cuerpo, lo que sería una humanidad sin sensorialidad, sin sabor. Estas ideologías piensan un mundo donde el ser humano es una criatura demasiado imperfecta para las exigencias de eficiencia que necesita el neoliberalismo, sembrando promesas para el mañana que jamás se cumplen y olvidando que hay excluidos que ni siquiera conocen internet.
“Pensar el cuerpo es pensar el mundo; es un tema político mayor. Es un factor importante para pensar en las sociedades contemporáneas.”, advierte Le Breton.
Las sociedades que pueden prescindir de sus individuos, fomentando la exclusión, pueden también plantearse prescindir del cuerpo.
Las sociedades que procuran la perfección tecnológica del ser humano, aún desde los discursos médicos de prevención de las enfermedades genéticas, también fomentan la exclusión, siguiendo la quimera de la “raza perfecta” que, sabemos, lleva al totalitarismo y a la guerra, pensando al otro como un ser “biológicamente inferior”.
Las sociedades que proponen la digitalización del ser humano y su almacenamiento en computadoras como una forma de inmortalidad, continúan dando pasos agigantados hacia la dominación global de la humanidad porque: ¿quién manejará esas computadoras?
El sabor del mundo es variado, como la vida, y ese es el secreto de su maravilla.
Anestesiar el dolor del ser es también anestesiar el placer y la creación.
Pretender controlarlo todo es ahogar lo impredecible de la condición humana, a partir de la cual se generan los cambios propios de la vida, las luchas por las utopías y por la justicia y el respeto del cuerpo que también somos.

Carlos Trosman.-